La ofrenda rota ha sido el desafío esencial y recurrente en la obra de María del Rocío Rodrigo Prado. En su perversión polimorfa. En su metamorfosis sin tregua. Y en su metástasis también matérica. De la piedra al barro al acero al plástico a la tela. Al tejido. Un nodo, un nido, un nudo. O varios.
Un quipu deshilachado de memorias descompuestas. Que en esta exposición devienen recuerdos. O souvenirs transfigurados. Baratijas desangeladas desde las que, sin embargo, asoma otra vez lo sacro. O su fantasma.
Su fantasmagoría. El fetichismo también del ancestro que se erige sobre nosotros como un complejo (otro) de castración mítica. La sobrecompensación simbólica del Lanzón de Chavín, la Wanka Grande, el Gran Falo Cósmico que desde el arte ––este arte–– otra vez nos susurra su oráculo. Desde y contra la mercancía.
(De la contradicción, vivimos).
Gustavo Buntinx
Curador