El título de la exposición es casi profético: Javier Ruzo nos confronta con el precipitado de las ilusiones de su propia producción anterior, aferrada hace dos décadas a las promesas cósmicas del saber místico o esotérico. Impresionantes manifestaciones pictóricas que ahora se ven desafiadas por reelaboraciones enteramente gráficas de las estampas «jocoserias» asociadas al repertorio popular de la inversión simétrica del orden dado. Un género renacentista que se nutre, sin embargo, de arquetipos sumergidos en lo profundo de la psique colectiva. Y adquiere renovados sentidos en el disparate histórico que pareciera definir la actualidad peruviana.
En nuestro país, quisiera decirnos Javier Ruzo, el Gran Teatro del Mundo es el del absurdo. Y el sueño de la razón produce monstruos.
Lo que en la exposición sin embargo prevalece, en términos artísticos, es no uno sino varios contrapuntos. Políticos, poéticos, conceptuales, técnicos. Todos dominados por cierta emoción de catástrofe. Pero también, tal vez, ojalá, de Esperanza: atención, en estos tiempos aún pandémicos, a ese grabado singular en que es el hombre quien hace suya la guadaña.
Para darle muerte a la Muerte misma.
Así sea.